Cuando, la mañana del 15 de Agosto, Juan Abel despertó de un sueño intranquilo, se encontró sobre la cama transformado en un ser monstruoso. Yacía sobre su espalda, dura como un caparazón, y al levantar un poco la cabeza vio su abombado abdomen, cruzado por durezas en forma de arco, sobre el cual el edredón blanco, a punto de escurrirse por completo, apenas si podía sostenerse. Su piernas, lastimosamente delgadas en comparación con el resto de su envergadura, se agitaban ante sus ojos.
"¿Qué me ha sucedido?", pensó. No era un sueño. Igual con qué fuerza se echara sobre un lado, cada vez acababa balanceándose de nuevo sobre su espalda. Quizás lo intentó cien veces, cerrando los ojos para no tener que ver la agitación de sus extremidades, y sólo cejó cuando empezó a sentir en el costado un dolor leve y sordo que nunca antes había sentido.
"Ay, Dios -pensó-. ¡Qué vida más fatigosa he escogido! Sintió un ligero picor en el abdomen, se arrastró lentamente sobre la espalda para acercarse a la cabecera de la cama y poder levantar mejor la cabeza; encontró la zona que le picaba, que estaba llena de pequeños puntitos, que no sabía qué podían ser; quiso palpar la zona con una pierna, pero la retiró al momento porque al rozarla le acometieron escalofríos. Exaltado, pensó en tocarse el resto del cuerpo para comprobar que todo estaba bien, pero al mismo tiempo, asustado, cambiaba de idea. El miedo se apoderaba de sus entrañas. Acertó a palparse la cara, y estaba fría. Encontró sus codos, y eran articulaciones protegidas por láminas cortantes, igual que sus rodillas. Cada movimiento era una lucha contra la gravedad. Hablaba en voz baja, animándose, y recayó un un leve eco metálico. Acertó a localizar su pecho, sus brazos, su cara, sus manos habían perdido sensibilidad, pero a la vez eran fuertes como tenazas...Y no era un sueño. De repente le invadieron imágenes, fotogramas inconexos. "¿Qué me ha pasado?"
No era un sueño. Ya no. Era de hierro. El día 14 empleó 12 horas en forjarse en hierro, en fundirse en una nueva coraza. Llegó a desear que esas doce horas fueran eternas. Flotó. No se acordaba porque ya no era el mismo. El sueño se había cumplido. Habrá otros, seguro, pero ninguno será como el primero.
¡¡¡ENHORABUENA!!!
¡qué bien escribes, maldito cabrón!, qué suerte tienen tus amigos de serlo (de Juan Abel estoy celoso) y qué suerte tuvieron y tienen las zanguangas que compartieron/comparten tu alcoba (de estas no estoy celoso,eh). El único demérito es que todo esto lo haces bien porque eres profesor y tienes la cabeza fresca, descansada, pero en fin, lo cortés no quita lo valiente ni en el perro ladrador todo son pulgones. Un abrazo amigo mío.
ResponderEliminarJORDI, tu si que eres de hierro. Se me ponen los pelos de punta cuando leo esto (no me estaré volviendo iron gay, jejeje). Gracias por todo y como dice Locuelo, que suerte tengo de tener amigos como tu. Tio ya sabes como se nos pusieron los pelos en los últimos kilómetros de la maratón, eso si que lo llevaremos siempre con nosostros. El año que viene seremos mas iron man en la familia de eso no me cabe la menor duda.
ResponderEliminarpor un momento me he asustado,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,, ...................... sois unos pejigueras cojonudos
ResponderEliminarvaya unos gayers que estais hechos... jjejejeje
ResponderEliminarMuy guapo, si señor! y acojonante la hazaña del paisano.
ResponderEliminarun saludo